De regreso a Antioquía de Siria encontraron a aquella comunidad envuelta en una grave discusión provocada por los cristianos judaizantes de Jerusalén, que proclamaban la necesidad de la circuncisión para ingresar en el seno del cristianismo. Bernabé se opuso rotundamente a tales pretensiones y, junto con su compañero de fatigas y de ideales, Pablo, se incorporó a la embajada que marchó a Jerusalén para conocer la mente de los apóstoles en esta cuestión. La influencia de Bernabé en el debate fue decisiva, tanto por su predicamento como por la narración que hizo de las señales y prodigios que había hecho Dios entre los gentiles por medio de ellos (Hch, 15,12). La contienda promovida por los judaizantes fue resuelta a favor de Bernabé y Pablo. Vuelto Bernabé a Antioquía, permaneció allí algún tiempo confirmando a los hermanos en la fe.
Cuando se planeó el segundo viaje de evangelización de los gentiles determinó Bernabé acompañar a Pablo, pero quería al mismo tiempo llevarse consigo a su pariente Juan Marcos, que se había separado de ellos en Panfilia. San Pablo se negó a admitir en su compañía al que no tuvo valor para sobrellevar las incomodidades anexas al apostolado entre infieles. Acaso por haberse enfriado las relaciones amistosas entre San Pablo y Bernabé a consecuencia de haberse dejado arrastrar este último por el ejemplo de San Pedro en lo que se refería a comer con los gentiles (Gal. 2,13), o por simples razones de parentesco, Bernabé renunció a aquel viaje, quedándose con su primo hermano Juan Marcos (Col. 4,10). Mientras Pablo y Silas marcharon rumbo al Asia Menor con ánimo de visitar allí a los hermanos que habían sido evangelizados en el primer viaje, Bernabé y Marcos se embarcaron en dirección a Chipre, en donde, desde este momento, se pierde la memoria histórica de Bernabé. Según 1 Cor. 9,6, trabajó Bernabé con Pablo en la evangelización de Corinto.
La epístola Seudo Clementina se ocupa del apostolado de Bernabé en Alejandría, Roma y Milán, y de su martirio en Chipre. Las tradiciones conservadas en esta isla tienen una base histórica más sólida, aunque no pueden aceptarse en todos sus pormenores. En las Actas y martirio de San Bernabé, apóstol, que escribió cierto chipriota llamado Alejandro, se dice que Bernabé murió en Salamina, lapidado por los judíos. Cuenta asimismo dicho autor que el Santo se apareció al obispo de Salamina para indicarle el lugar de su tumba. Abierto el sepulcro, encontróse su cadáver, sobre cuyo pecho descansaba un ejemplar del Evangelio de San Mateo, que Bernabé, siempre según el mencionado autor, había escrito con su propia mano. Sucedía esto en el año 488, en tiempos del emperador Zenón. El obispo aprovechó el hallazgo para defender los derechos de la Iglesia de Chipre contra los proyectos de anexionarla al patriarcado de Antioquía. El Evangelio de San Mateo que se halló en la tumba fue enviado por el obispo Antemas al emperador Zenón, quien mandó que se conservara en su palacio y se construyera una espléndida basílica en su honor.
San Bernabé fue considerado por muchos Santos Padres como verdadero apóstol de Cristo, con todos los privilegios inherentes a dicho cargo. Por este motivo se le atribuyó una epístola, que muchos Santos Padres consideraron como canónica, en la cual se contiene una apología contra los judíos. En el códice sinaítico dicha epístola figura a continuación de los libros canónicos del Nuevo Testamento, lo que induce a pensar que la iglesia de Alejandría la consideraba como inspirada. También se le atribuye un evangelio en el catálogo gelasiano de libros sagrados —que nada tiene que ver con el Evangelio de San Mateo hallado en su sepulcro—, lo que debe rechazarse por tratarse de un evangelio herético y de sabor gnóstico.
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