sábado, 4 de junio de 2011

Tercer dia de la novena en honor a San Bernabé

      Entre los miembros de la primitiva comunidad cristiana reinaba la caridad hasta el extremo de que se dijese de ellos que tenían todos un solo corazón y una sola alma (Hch. 4,32). Una importante modalidad de esta convivencia fraternal aparece en la decisión de los propietarios de enajenar sus bienes de fortuna y depositar su producto a los pies de los apóstoles para que lo distribuyeran equitativamente entre todos los miembros de la comunidad. En virtud de este desprendimiento heroico "ninguno decía ser propia suya cosa alguna de las que poseía, sino que para ellos todo era común" (Act. 4,32). Este movimiento en favor de la comunidad de bienes vigía entre los esenios que residían en el desierto de Judá. Pero ni el ejemplo de estos sectarios ni su legislación influyeron directamente en la conducta de los primeros cristianos, sino el consejo de Cristo a un joven que le pedía mayor perfección: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres... y ven y sígueme" (Mt. 19,21). Aligerado el apóstol de la carga de los bienes materiales, podía entregarse de lleno al servicio de Cristo. Lo que no hizo el joven aludido lo practicó Bernabé, como nos lo atestigua el texto de los Actos de los Apóstoles, al decir: "José el apellidado por los apóstoles Bernabé, que traducido es lo mismo que Hijo de la consolación, levita, chipriota de linaje, como poseyese un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles" (Hch. 4,36-37).

    La venta que hizo Bernabé debió de causar sensación entre los primeros cristianos de Jerusalén, tanto por el valor del campo enajenado como por el total desinterés demostrado, al entregar a los apóstoles el precio íntegro de la venta. Esta generosidad de Bernabé, junto con su compasión por los indigentes, movieron a la comunidad cristiana de Antioquía a confiarle la misión de ir a Jerusalén para distribuir entre los fieles menesterosos las limosnas para este fin recogidas en aquella ciudad (Hch. 11,30). Acaso por ser él de espíritu generoso, caritativo y abnegado recibió de los apóstoles el sobrenombre de Bernabé, término derivado de dos palabras aramaicas: bar nebuah, que significan “Hijo de la profecía" o "Hijo de la consolación". Efectivamente, José era para la primitiva Iglesia a la vez consolador y profeta, es decir, predicador inspirado. Además de un corazón sensible poseía una palabra fácil, dulce y persuasiva, con la cual ganábase inmediatamente el favor de todos. De él dice San Lucas que era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de la fe (Hch. 11,24). Por estas cualidades temperamentales o adquiridas con su cooperación a la gracia, unidas a una extensa cultura lograda en la escuela de Gamaliel, llegó a desempeñar un papel preponderante en la organización de la Iglesia primitiva.

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