Termina el año litúrgico con esta solemnidad de Cristo Rey. A lo largo de él hemos contemplado la vida de Jesús desde que nace hasta que muere y es elevado al Cielo. Cristo es Rey. Así lo declara el Antiguo y el Nuevo Testamento. Así lo expresa la Liturgia y lo declara Él mismo: “Yo soy Rey, yo nací para esto y para esto vine al mundo” (Jn 18,37). Sin embargo, su reino no es como los de este mundo, apoyados en la fuerza. Su reino es el de la verdad y la vida, la santidad y la gloria, la justicia y la paz, como reza el Prefacio de la Misa de hoy.
El Evangelio que escuchamos en la Eucaristia este domingo, nos presenta a Cristo rodeado de poder y de gloria, y de todos sus ángeles para jugar a todos los hombres de todos los tiempos. Se ha dicho muchas veces que una persona vale por lo que vale su corazón. “Al atardecer −decía S. Juan de la Cruz− te examinarán en el amor”. Efectivamente. Jesús no nos preguntará por el dinero ganado, ni por el prestigio social adquirido, ni por el éxito profesional conquistado, sino por el amor afectivo y efectivo a los demás: “Me disteis de comer...; No me disteis de comer...”.
¡Qué campo para la reflexión en estas palabras del Señor! Pensemos en ese “y no, y no, y no...”, omisiones. Lo que debimos haber hecho o dicho y no lo hicimos o no lo dijimos. Lo que no mereció ni un minuto de nuestra atención. Los servicios prestados a medias o de mala gana. La limosna negada de una sonrisa, una palabra amable, un silencio comprensivo, un consejo oportuno. El perdón que no supimos expresar. La conversación sobre materias religiosas que el respeto humano heló en nuestros labios. La ayuda negada a los necesitados de bienes materiales. ¡Todo un inmenso campo donde el corazón cristiano podría haberse volcado! ¡Docenas de ocasiones diarias de tender nuestras manos, servicialmente, a quienes nos rodean, y en quienes está el Señor!
Hay que convencerse de que en dar está nuestra ganancia. El amor hecho de preocupación y de servicio por los demás, rompe el caparazón del egoísmo, del yo, y así como al destapar un perfume valioso el lugar se llena de su fragancia, así también se libera lo mejor de nosotros mismos: el amor de Dios que fue derramado en nuestros corazones el día del Bautismo. ¡Qué distinto es todo al lado de alguien que no es egoísta, que da generosamente su tiempo, su calor humano, su trato respetuoso, servicial, atento, sus conocimientos! Cuando los cristianos se conducen así, la religión deja de ser para los demás una teoría que se puede discutir, para convertirse en un hecho que permite sentir la cercanía de Jesús, un preludio de ese reinado que hoy celebramos con toda la Iglesia.
En Acatenango celebramos a lo grande esta solemnidad teniendo adoracion eucaristica comunitaria por varias horas. Acatecos, pongamos siempre a Jesús en la cumbre de nuestros pensamientos, deseos y acciones todos los dias de nuestra vida, hasta que El nos llame a su presencia y podamos escuchar su dulce invitacion a gozar del Reino de los cielos.
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